Crónica de una procesión fallida

Crónica de una procesión fallida

No soy muy del rollo este religioso, de hecho ni estoy bautizado, ni he hecho la comunión, ni nada de nada. No había visto una procesión más que de pasada, hará algunos añitos, y mientras disfrutaba de unas vacaciones con la familia en Palencia. Pero este año me ha tocado. Sí o sí.

Me despierto a eso de las nueve y media, aún con la fiesta en el cuerpo del día anterior. Reconozco que estoy animado, a partir de hoy ya podré decir que he visto una de las procesiones con más historia de Vizcaya y, si me apuras, de toda la península. Levanto la persiana y observo el panorama. Llueve a cántaros. Abro la ventana. Hace un frío que pela. A las diez y cuarto he quedado en el portal de mi casa, en Galdakao, con Alex y Nacho, que viene desde Getxo. Paraguas en mano nos dirigimos hacia Arkotxa, a unos 20 minutos a pie. Este pequeño barrio de Zarátamo, de poco más de 1200 habitantes representa desde 1965 la Pasión Viviente, organizado por la Asociación Gaztek Abi de la Parroquia de San Vicente. A medio camino, un señor de avanzada edad nos advierte de que no hay “ladrones” en la Iglesia. Nosotros, como buenos alumnos, hacemos caso omiso y continuamos con paso firme dirección Arkotxa. Llegamos a la parroquia. El hombre tenía razón, no hay ni un alma. Miro el reloj. Son las once menos cuarto. Gracias a Dios, y nunca mejor dicho, comienza a llegar gente y unos romanos salen de lo que parece el backstage de la parroquia. Nos quedamos mirándoles. Parece que estén jugando a Pressing Catch.

Son las 11, hora de comienzo de la procesión. Pero allí no se mueve nadie. Hay un escenario justo frente a la iglesia y otros dos en una plazoleta cercana. Los toldos están de agua hasta los topes y a los pobres romanos adolescentes les ha tocado deshacerse de ella. Pasan los minutos y aquello no da señales de que vaya a comenzar. Alrededor de un centenar de personas esperan impacientes. Los pantalones los tengo calados hasta las rodillas y el frío me penetra los huesos. Soy del norte, pero esto es demasiado.

Alex, Nacho y yo decidimos de mutuo acuerdo volver a Galdakao. Lo sentimos mucho por Cantalapiedra (y por la nota que nos pondrá) pero no aguantamos. Son las 12 y nadie nos dice nada. Volvemos a la ciudad, hacemos una paradita en el Galdacanés, premiado en innumerables ocasiones por sus exquisitos pinchos, y cada uno por su lado. Otro año será, lo prometo.

Ekain Calleja Narváez
1º Com. Audiovisual y Publicidad y RR.PP.
Grupo 16 (Grupo A)
Universidad del País Vasco