De procesión a casa

De procesión a casa

Viernes? No. Viernes Santo. Llueve. Pero llueve, llueve. Esto no sería un problema si no hubiese quedado con Álex y Ekain para ir a ver la procesión de Arkotxa, una de las procesiones con más tradición aquí en Vizcaya. 

Habíamos quedado en Galdakao. La ausencia de Metro se presentaba como un problema, ya que lo de moverse con autobuses no es lo mío. Menos mal que Álex me explicó con pelos y señales cómo llegar. Después de mucho buscar el 3631, por fin doy con él; escondido detrás de otros dos autobuses. Durante el camino, observo que soy el único pasajero, lo que no me termina de convencer. 

A diferencia de Ekain, yo ya había presenciado alguna que otra procesión de Semana Santa, como la de Balmaseda. Incluso una en México. Pero la de Arkotxa se me presentaba como algo especial. Mi padre y mi madre ya habían ido en una ocasión y mi madre se prometió a sí misma que no volvería jamás. Al parecer, era tal la crudeza y realismo con la que se escenificaban los últimos momentos de la vida de Jesús que a mi madre se le hizo realmente difícil no marcharse. La idea de ver una representación tan fiel a lo que pudo haber sucedido en verdad era una de las razones por las que no me quedé vegetando en la cama como de costumbre. 

Ya en Galdakao, y en compañía de Álex y Ekain, nos dirigimos a Arkotxa paraguas en mano. Mis pocas nociones de geografía, algo que mi padre siempre me reprocha, me habían llevado a la conclusión de que tendríamos que coger varios buses para llegar hasta Arkotxa. La realidad era otra: el pequeño barrio de Zarátamo está a escasos 20 minutos andando desde Galdakao. 

A medio camino, un señor de avanzada edad hace tambalear nuestras esperanzas de ver la procesión. “No hay ladrones en la Iglesia”, nos dice. Haciendo caso omiso, decidimos continuar. Llegamos a la parroquia, y en palabras de Ekain “no hay ni un alma”. Son las once menos cuarto. La gente comienza a llegar. Buena señal, pero ya son las 11, hora prevista para el comienzo de la procesión, y allí no se mueve nadie. Decidimos esperar, por si acaso, pero el tiempo no perdona (y nunca mejor dicho) y ya son las 12 y estamos calados hasta los huesos. De mutuo acuerdo decidimos que ya es suficiente y regresamos a Galdakao. 

El día no ha sido ni mucho menos lo que esperábamos, pero qué se le va hacer; otra vez será. Tal vez el año que viene tengamos más suerte y podamos disfrutar de esta procesión de antología.

Ignacio González Carreiro
1º Com. Audiovisual y Publicidad y RR.PP.
Grupo 16 (Grupo A)
Universidad del País Vasco